5 de febrero de 1997

Réquiem por un comunicador de la ciencia

por Martín Bonfil Olivera
(Publicado en Humanidades, periódico de la Dirección de Humanidades de la UNAM)
5 de febrero de 1997

Carl Sagan posee el toque del rey Midas:
todos los temas que aborda se convierten en oro.

Isaac Asimov

La importancia de poner el conocimiento científico al alcance de todo el público tradicionalmente es ignorada por las autoridades (de esto tenemos una prueba en la actual política del Conacyt en relación con la divulgación de la ciencia). Aparte de las materias científicas que se cursan en la escuela, hay pocas instancias a través de las que una persona interesada pero no experta pueda ponerse en contacto con los avances científicos recientes, y ni siquiera con los no tan recientes (y aunque esta situación parece estar cambiando ¾la ciencia está de moda¾ no me atrevo a ser optimista, pues no poco del material que puede encontrarse se limita a proporcionar información vistosa, pero superficial).

Sin embargo, desde los inicios de la actividad científica ha habido personas convencidas de que vale la pena compartir el interés y hasta el placer que el conocimiento científico puede aportar a nuestras vidas. Luchando en ocasiones contra la falta de medios, de cooperación, de dinero, de foros para compartir sus ideas o, al menos, contra los arraigados prejuicios acerca de los peligros de la ciencia o de lo aburrido y difícil que resulta comprenderla, sólo unos pocos de estos comunicadores han logrado tener un público verdaderamente masivo. Esto los hace doblemente valiosos, y la desaparición de cualquiera de ellos resulta muy lamentable.

Todo esto viene a cuento porque, como ya es conocido, el viernes 20 de diciembre de 1996 murió Carl Sagan, el viajero del cosmos, como lo llamó uno de los periodistas que reseñó su muerte. Con él perdemos a quien, junto con Isaac Asimov (muerto en abril de 1992) fuera quizá uno de los dos comunicadores de la ciencia más populares de este siglo. Es por ello que quiero dedicar este espacio a una breve reseña de su obra.

Los integrantes de mi generación conocimos a Sagan principalmente a través de su famosísima serie de televisión Cosmos, que en México se transmitió alrededor de 1978. Ahí, con el subtítulo “un viaje personal” y acompañado de la música de Vangelis, el astrónomo, ataviado con saco de gamuza y zapatos de suela de goma, nos llevó a través de un recorrido por la historia del universo, de la vida y de la cultura, mostrándonos las maravillas que la investigación científica ha ido descubriendo.

Sin embargo, a pesar de ser su obra más conocida, la popularidad de Sagan no se basó exclusivamente en Cosmos. Tenía una sólida reputación como astrónomo: desde pequeño soñaba con la conquista de Marte, y participó en investigaciones sobre los planetas del sistema solar por medio de las misiones no tripuladas de los programas Mariner, Viking y Voyager. Lo entusiasmaba la posibilidad de encontrar vida en otros planetas y fue uno de los principales promotores del proyecto SETI (Search for Extraterrestrial Intelligence, búsqueda de inteligencia extraterrestre), que durante años ha escudriñado los cielos con la esperanza de detectar señales de radio que indiquen que no estamos solos en el universo.

También como divulgador de la ciencia Sagan tenía ya un largo trecho recorrido antes de Cosmos: había publicado libros como La conexión cósmica (1973) y El cerebro de Broca (1974), donde recuperaba ensayos breves publicados en otros medios sobre temas como la relación entre el cerebro y la conciencia, el espacio, la tecnología, la educación, las pseudociencias y la importancia de la ciencia para la sociedad. Y en 1978 recibió el premio Pulitzer por su libro Los dragones del edén (1977), dedicado por completo a temas relacionados con la evolución, el cerebro, la mente y la conciencia. Posteriormente continuó publicando otros libros (incluso una excelente novela de ciencia ficción, Contacto, en 1985), y tenemos la fortuna de que prácticamente todos ellos pueden conseguirse fácilmente, traducidos al español.

A pesar de que su prematura muerte, a los 62 años, nos privará de contar con futuras obras, podemos seguir disfrutando de las que nos dejó, y en particular espero con ansia la traducción de su último libro, The Demon-Haunted World, donde defiende a la ciencia contra los embates de la irracionalidad, la superstición y las pseudociencias.

Su mayor logro, sin embargo, sí está relacionado con Cosmos: es el de haber llevado con un éxito total la ciencia a la televisión, y por tanto a los hogares de millones de personas en todo el mundo.

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